
Ése río que pasa como un espejo debajo del cielo gris de un domingo invernal es el mismo que fluye en la naturaleza como la sangre en las venas. No se ha detenido jamas y acaso su viaje sea una eternidad. Estaba allí cuando florecieron los hombres en sus orillas y se animaron a verlo pasar, mientras ellos se quedaban prisioneros de su tiempo y de su paisaje.
Cuando la naturaleza se expresa asi, con tanta potencia, los hombres se vuelven devotos de su inspiracion. Por eso, en las costas del Paraná los correntinos -un pueblo tambien rodeado de rios como en el resto de la Mesopotamia argentina- han forjado su sueño y tambien su canto; su identidad, su cultura. Basta dejarse llevar por el torrente de sus notas para sentir cuanto rio cabe en un acordeon.
Ese es el viejo rio de la memoria que ha venido regando el horizonte de generaciones.
Despues, tambien es el otro rio, el cotidiano, el que desata la rutina del paisaje urbano y ofrece su movimiento, su frescura y hasta su misterio para aliviar los momentos.
El rio necesita pasar para seguir estando ahi, donde los hombres se quedan.
Aunque hay tambien algunos que se van con él hasta el infinito del mar.
Alejandro Mareco